En
un luminoso día del otoño de Madrid, en el Club Mirasierra hoy más concurrido
que nunca, a pesar de ser festivo nos hemos reunido 11 conmilitones en la
comida del segundo jueves de noviembre.
Y, podríamos decir que, como siempre, alrededor
de la mesa redonda del comedor pequeño, las plácidas y ordenadas conversaciones
de los cultos, prudentes, ecuánimes y muy bien educados señores, casi
octogenarios, de Areneros 61, han dado color, tranquilidad y prestancia al cálido
ambiente del Club.
Y añadir también que hoy se han recordado
anécdotas del colegio; se ha hablado de
los emperadores romanos Nerón, Galba, Otón, Vitelio y Vespasiano; disertado
sobre las legiones II Augusta, IV
Macedonica, V Alauda, VI Victrix, IX Hispana, VII y X Geminas; analizado la economía
mundial y la específica de Nigeria, Indonesia
y Portugal; loado los nombramientos de Su Santidad; profundizado en el libro, de
Oliver Bonnassies y Michel Yves Bollore, DIOS - LA CIENCIA - LAS PRUEBAS;
sonreído con las peculiaridades
del carácter castellano en Valladolid y Santander; alabado las grandes
cualidades de los nietos de los demás; y
hecho algunas, breves, alusiones a las
disidencias callejeras y a la inquietante política nacional.
Y, acaso, a lo anterior podríamos sumar algo en
relación con el último viaje de César a Sicilia, la reaparición del embutido
leonés o lo bien que ha recitado Josemari, entero y sin dudar, El Conde
Sisebuto de Joaquín Abati y Díaz;
A veinte
leguas de Pinto
y treinta de Marmolejo,
existió un castillo viejo,
que edificó Chindasvinto.
Lo habitaba un gran señor,
algo feudal, y algo bruto,
se llamaba Sisebuto,
y su esposa Leonor.
Y su hermana Berenguela,
y su tía, Rosalía,
y una tía de su abuela,
que atendía por Mariana.
Y su cuñado Vitelio,
y su hijo mayor, Rogelio.
Era una noche
de invierno,
noche fría, noche oscura,
noche llena de amargura,
noche atroz, noche de infierno.
En un gótico salón
dormitaba Sisebuto
y un lebrel seco y enjuto
roncaba en el portalón.
Con gemido
lastimero,
el viento afuera silbaba
e imponente se escuchaba
el sonido del aguacero.
Cabalgando en
un corcel
de color verde botella,
raudo como una centella,
llega al castillo un doncel.
Empapadas trae las ropas,
por efecto de las aguas,
y como no trae paraguas,
viene el pobre hecho una sopa.
Salta el foso,
llega al muro:
la poterna está cerrada
– ¡Me ha dado mico mi amada! -exclama-
-¡Vaya un apuro!
De pronto, algo que resbala
siente sobre su cabeza,
alza la mano y tropieza
con la cuerda de una escala.
– ¡Ah! – dice con fiero acento
– ¡Ah! – repite victorioso
– ¡Ah! – vuelve a decir gozoso
– ¡Ah! – y así hasta ciento.
Sube, que
sube, que sube
Trepa, que trepa, que trepa
En brazos cae de un querube,
la hija del Conde, ¡la Pepa!
En lujoso camarín,
introdujo a su adorado,
y al notar que está mojado,
le secó bien con serrín.
– Lisardo, mi
bien, mi anhelo,
único ser que yo adoro,
el de la nariz de cielo
el de los pelitos de oro,
¿Qué sientes, dí, dueño mío?,
¿No sientes nada a mi lado?
¿qué sientes, Lisardo amado?
– Siento frío
– ¿Frío has dicho? eso me inquieta
¿Frío has dicho? eso me espanta
No llevarás camiseta, ¿verdad?
¡Pues toma esta manta!
Y ahora
hablemos del cariño
que nuestras almas disloca.
Yo te amo como una loca
– Yo te adoro como un niño
– Mi pasión raya en locura
– La mía es un arrebato
– Si no me quieres, me mato
– Si me olvidas, me hago cura.
– ¿Cura tú??!?!?!?!?! ¡¡Por Dios Bendito!!
No repitas esa frase en jamás de los jamases
¡Pues estaría bonito!
Hija soy de
Sisebuto,
desde mi más tierna infancia
y aunque es un padre muy bruto
y aunque temo sus furores,
y aunque sé a lo que me expongo…
¡¡huyamos!! Vamos al Congo
a ocultar nuestros amores
– Bien has dicho, bien has hablado,
huyamos, aunque se enojen,
y si algún día nos cogen,
que nos quiten lo bailado.
En esto, un
ladrido retumba potente y fiero
– ¿Oyes? -dice el caballero-
es el perro, que me ha olido.
Se abre una puerta excusada,
y, cual horrible huracán,
entra un hombre,
luego un can.
Luego nadie.
Luego nadie.
Luego nadie…
– ¡HIJA
INFAME! -ruge el Conde-
¿Qué haces con este señor?
¿Dónde has dejado mi honor?
¿Donde? ¿Donde? ¿Donde?
Y tú, cobarde, villano,
¡antipático! repara
como señalo tu cara
con los dedos de mi mano.
Y sacando un puñal
introdujo el cortante acero
junto a la espina dorsal.
El joven,
naturalmente,
la guiñó como un conejo,
ella frunció el entrecejo
y enloqueció de repente.
También quedó el conde loco,
de resultas del espanto,
y el can no llegó a tanto,
pero le faltó bien poco.
Y aquí acaba
la historia
verídica, interesante,
romántica y apasionante,
estremecedora y horrenda,
que de aquel Castillo viejo
que edificó Chindasvinto,
a veinte leguas de Pinto
y treinta de Marmolejo
Pero,
por una vez hay que decirlo, si bien todo lo anterior es verdad, no es toda la
verdad; realmente es la suma de unas cuantas medias verdades; y, por
consiguiente, bien empaquetada, una gran mentira: los conmilitones, la mayoría ingenieros y arquitectos, no son cultos,
mensurados y educados, entre ellos hay
de todo, soberbios, avariciosos, lujuriosos,
iracundos, llenos de gula, rezumando
envidia y perezosos, hasta, para colmo, hay un cochino que hace décadas no se
lava; y, sus conversaciones más parecen el ininteligible guirigay de unos
viejos picajosos, lo que son, que algo plácido, sensato y bien ordenado; de los
emperadores romanos solo dos saben el nombre y de las legiones ni eso; de
libros ¡para qué hablar!, el que más, hace mil años, leyó El Coyote; y del papa Francisco, lo mejor que
se dice es que ¡es argentino!; y en cuanto al resto lo mejor en no profundizar,
con alguna excepción, ¡no las hay!, todo está edulcorado y del todo almibarado por
este custodio que sabe lo que no debe escribir y por Gaspar que tiene muy claro
lo que no debe fotografiar sobre las comidas de estos viejos olvidadizos,
chinchones y regañones que son, también los que no han venido hoy, los
conmilitones de Areneros 61.
Y,
porque si sigo diría cosas peores y estoy cansado de escribir, termino la
crónica de la comida de este segundo jueves de noviembre, día de la Virgen de
la Almudena, con una última consideración: a pesar de todo, y esto es toda la
verdad, la comida de los conmilitones hoy, como siempre, ha sido el mejor
motivo de alegría e inmenso placer para todos.
Nota: las fotografías de la comida son de Gaspar y también lo son las de las reuniones, siempre interesantes, de los jueves en la sala virtual de Fernando.

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