En la tarde del miercoles 23 de octubre
de 2019 todo bien organizado y bien preparado para funcionar como un reloj:
mañana por la mañana, en un coche Antonio y Josemari, en otro los demás,
Eduardo, Luis, José Luis y este Custodio; el viaje será tranquilo y, a la una
de la tarde, estaremos puntualmente en el hotel, allí nos estará esperando
Antonio, nuestro anfitrión en Burgos.
Pero, todos lo sabemos, cuándo está
cerca Josemari, puede pasar cualquier cosa…y pasa. De pronto, como a las 5 de
la tarde el Mazarrasa, en el WhatsApp escribe: “- Nosotros vamos con
mujeres”. Se cortaba el silencio en cinco casas de Madrid y en otra de
Burgos; ¿quieres venir a Burgos? dice Eduardo; Burgos está lejos, pero ¿Te
apetece ir con nosotros mañana?; murmura Luis Fernando; José Luis se da un
tiempo para pensar: “es un liante, y ¿ahora cómo lo arreglo?: el Custodio, sin
poderse contener, al principio con envidia y luego casi muerto de
curiosidad se pregunta ¿también saldremos de esta?; y en Burgos, Ana escucha a
su marido que, entre maldiciones, murmura: “he reservado habitaciones
individuales” …¿Dónde consigo yo, en Burgos, para mañana, buenas habitaciones
para las mujeres de mis compañeros? ¡Josemarí es un…un liante y un …!, pero la
culpa de todo la tengo yo, tenía que haber previsto que esto iba a pasar…¡es un
liante y un c..!
Y así, menos mal que las nuestras
son mujeres buenas y capaces que, cuando quieren, saben, callando, darnos
ánimos, porque a las siete de la tarde, dos horas después del WhatsApp
anterior, que se ha mantenido dos horas en completo silencio, aparece otro del
primo del susodicho que, se le nota que está gritando, responde con un
sorprendido “qué dices”. Por supuesto, Antonio, con esas dos palabras, a todos,
recupera la tranquilidad para los conmilitones viajeros y llena de risas
para mucho días la casa del Custodio.
El Google Maps es estupendo, pero
para llegar desde Majadahonda al Corte Inglés de Sanchinarro recorrimos el
mundo y tardamos lo que no está escrito…y, para colmo al llegar al
inmenso centro comercial, Eduardo y Luis, en lugar de salir a dar la
bienvenida, como si fueran josemaris, estuvieron jugaron al escondite,
por calles y más calles, con José Luis, todo lo que quisieron y un poco
más…Pero bueno, con media hora de retraso, como a las diez y media, tranquilos
ya, en el limpio limpísimo Mercedes, estábamos subiendo en el mapa camino
de Burgos.
En un día gris, de esos que no se
sabe si van a despejar o a traer el diluvio universal, con un
razonable tráfico de media semana, Luis Fernando y el Custodio pudieron
escuchar unos cuantos, cuando ocurrieron, malos sustos y hoy amables recuerdos
que como vivieron Eduardo y José Luis en sus años de constructores
de carreteras por el ancho mundo de los camineros…Así kilómetros y
kilómetros hasta el 130 en que una sinuosa vía de servicio
nos llevó al Mesón las Campanas del Miliario
Es un lugar que fue buena parada en
el pasado, antes de que la autopista lo dejase encajonado, lejos de los
antiguos clientes. Tomamos un café cada uno; el ambiente no animaba a
consumir mayor almuerzo, ahora el lugar es algo lúgubre y, para colmo,
nos dicen, ya no se puede ver el Miliario del Caudillo, que alguien se llevó de
aquí, vimos la marca en el lugar exacto donde estuvo colocado, hace unos
meses.
De nuevo en la carrera el Custodio
solo recuerda un sucedido: Luis Fernando, de pronto salió de su silencio y, muy
serio, pidió a José Luis máxima prudencia; no fuéramos a tener, si tropezáramos
con la gota fría (ahora eso se llama Dana) un accidente, y, para
vergüenza de nuestros hijos, apareciera un titular en los periódicos diciendo
“cuatro ancianos de 75 años circulando a gran velocidad, fueron arrastrados por
las aguas…” José Luis, que de eso también sabe, disertó durante casi dos
minutos sobre la Dana que, nos dijo, es una depresión atmosférica
aislada en niveles altos que se produce por el choque de masas de
aire frío en altura con el aire caliente de la superficie, además, aunque
existen dos tipos de gota fría, el uno por causas dinámicas y el otro por
causas termodinámicas, hoy no tenemos que preocuparnos porque hoy, en la
carretera, hasta Burgos no nos vamos a encontrar a ninguna Dana…
El tiempo pasa volando y se lleva
los kilómetros que nos separan de Burgos. Es asombroso, el Google Maps de
Eduardo, por muchos, extraños y sinuosos caminos, sin dudar ni un momento, bajo
un mar de faroles transparentes, todos uno con la forma de anchos y
cortos dedos pulgares o, acaso más precisa, del gruesos extremos
de lujosos preservativos fabricados en Holanda, nos lleva
derechitos desde la salida de la carretera hasta el hotel Azafra.
Antonio, nuestro anfitrión, con
Josemari, nos está esperando en la puerta; en unos minutos hemos dejado los
equipajes en las habitaciones estamos a punto de subir en los coches para
comenzar la visita a Burgos cuando, ¡menos mal! Nos damos cuenta que el otro Antonio
sigue en su habitación mirando en la televisión, mientras recarga por enésima
vez en el día de hoy su teléfono móvil, el traslado del féretro de
Francisco Franco, el Jefe del Estado que precedió en el cargo al Rey Juan
Carlos I, desde el Valle de los Caídos al camposanto de Mingorrubio.
Josemari, este Custodio no recuerda cómo lo hizo, pero en menos de tres
instantes se había hecho con su primo y lo había metido en el coche del
anfitrión que, inmediatamente se puso en marcha para, seguido por José Luis,
correr a buena velocidad hasta el aparcamiento de la Plaza Mayor.
Salir del aparcamiento y estar en la
Plaza es nuestra primera gran sorpresa: Una preciosa plaza, a la sombra de la
grandiosa Catedral de Burgos, con tres lados, porticada, con bonitos edificios
y reloj en lo alto, suelo de granito recién estrenado y mucha vida, nos
impresiona primero y enseguida nos acoge; una ciudad con mil años de
historia grande y viva es cosa muy grande y, por hermosa,
sencilla.
Paseamos la plaza para salir al Espolón y allí caminamos hasta el Arco de
Santa María, la antigua y bien conservada puerta de la Ciudad de Burgos que
admiramos largo tiempo hasta que Antonio nos recuerda que
tenemos la mesa reservada en Puerta Real, un restaurante prestigioso que
ha sabido conservar la tradición y entrar en la modernidad.
Realmente Antonio, nuestro
anfitrión, sabe lo que se hace.
El restaurante tiene dos entradas,
una da al Espolón y la otra a la Plaza Mayor, en el centro un precioso comedor
en el que enseguida aparece una botella de Lan para abrir boca.
Que si Rioja, que si Ribera, que si
también el Somontano y hasta el vino de Toro y el Cariñena son ahora vinos
buenos…es que, que buenas son las cosas de España…
Pues sí, es un
restaurante de la Guía Michelin, tradicional y moderno, es un gusto: crema de
morcilla con mermelada de pimiento, pochas con muslo de codorniz,
mollejas y chipirones, merluza, solomillo y otras carnes, una nueva
botella de Lan y luego otra; postres, café y chupitos con aguardiente bueno…
Y todo regado con una amable
conversación: que el jamón ibérico es ibérico y no serrano, de cebo o rumano;
que las fotografías, sin Gaspar, van a ser peores; que qué bien el
homenaje a Fernando en Lisboa y qué pena que no haya podido venir; que qué mal
el Doctor Sánchez; que qué bien este viaje a Burgos; que podemos ir
pensando en otro viaje para el próximo año; que en tercero leíamos a César en
la guerra de las Galias; que en gimnasia el Capitán, luego Comandante la Llave;
que de eso solo se acuerda Gurri; que el Custodio iba al colegio en tren y que,
y que …pues eso de lo que hablamos siempre salvo que Josemari, por dar la nota,
recordó cuando trabajaba en francés, era el jefe de Revilla y, en un momento
cruel, tuvo que resolver una regla de tres…
A las cuatro y mucho, casi las cinco
de la tarde, una vez hecha la fotografía que recordará esta comida,
Antonio nos levanta de la mesa: en la puerta del restaurante nos espera
el Guía, especialista en la Catedral, que va a enseñarnos una de las más
grandes y hermosas catedrales góticas de Europa.
Para Antonio, desde siempre prócer
burgalés, solo cabe lo mejor y el guía, no hay duda, desde el comienzo, muestra
que lo es: de un salto estamos frente a la puerta de la Catedral, y el hombre,
con cierto misterio, de una carpetilla azul cerrada con gomas, de aquellas que
ya había cuando nosotros usábamos plumillas, mochilas y medias de esport, saca
una hoja de papel y nos muestra una la imagen y dice: -La Catedral de
Burgos, 1221; un instante después dobla la hoja por una línea que
corta las agujas de la gran fachada con firmeza y mostrando la imagen nos
dice: -Notre Dame de Paris, 1163; ciertamente la de Burgos sin
agujas o la de Paris con ellas, ambas catedrales son muy parecidas…más tarde el
hombre sacaría muchas veces papeles de la carpeta para, con éxito, epatar al
grupo.
Bien es verdad que una vez accedes
al interior ya te puedes olvidar de Notre Dame, las robustas columnas que
llenan la francesa aquí no existen, el Coro está en el centro, como siempre en
España y, enseguida quedas prendado ante cuanto tiene de hermoso la gran
Catedral de Burgos.
El increíble cimborrio, los relieves
de la girola, los vitrales, la capilla del Condestable y las mil otras capillas
con sus increíbles retablos, los sepulcros, la Escalera Dorada y las múltiples
obras de Diego de Siloé…el sepulcro del Cid y de Doña Jimena (aquí, de la
carpeta azul sale una sábana de papel tamaño poster lleno de nombres, líneas y,
en una esquina, retratos, mediante la que “se demuestra” (¿?) que todo rey,
reina o similar que viva o haya vivido en Europa desde el lejano pasado
desciende del Campeador.
Recorrimos muchos caminos dentro de
la Catedral, es tan grande que no se termina nunca…y menos mal que pudimos
descansar unos minutos esperando primero y viendo y escuchando después al
Papamoscas dar las campanadas de las seis
Salimos de la Catedral cuando el
atardecer está cayendo sobre la ciudad, la temperatura es deliciosa y las
luces del paseo ya iluminan nuestros pasos por el Espolón.
Josemari insiste y no para hasta que
lo consigue: nadie puede hacerlo por él y quiere, tiene que entrar
en un lugar a cubierto. Y lo consigue: en el Viva la Pepa, una especia
de cafetería, bar de copas o un extraño intermedio de cualquier cosa, con
sillas pericas, un limpio cuarto de baño y tremendos ruidos infernales, es
testigo del descanso de los viajeros que beben unos Gin-tonic y otros
café.
Ya es muy obscuro cuando, luego de
renunciar a dar la lata en casa de Antonio, otro breve paseo, la calle está
atestada de gente y en los muchos bares de la zona peatonal próxima a la Plaza
Mayor no cabe un alfiler; aunque hoy es un día jueves de una semana de lo más
normal, parece que estamos en el día de la fiesta grande de la ciudad de
Burgos.
Algunos de los viajeros arrastran
los pies, el peso del Custodio está a punto de doblar su bastón y, de
común acuerdo, en cuanto aparece un lugar en el que se puede entrar, sin
pensarlo un momento entramos y nos sentamos ocupan do las dos mesas que
hay al fondo, muy fondo del local. El sitio se llama riMboMbinv, así
como está escrito; y de peculiar tiene los techo bajos, unos cuadros grandes en
los que hay pintadas sandias, una carta reducida, una no tan joven mujer
que aunque parece una bruja es la camarera…asombrosamente la tortilla de patata
y las ensaladas se pueden comer, las croquetas y los calamares parece que
también, el vino tinto y clarete, dos botellas están bien…
Que cuándo en Alberto Aguilera había
tranvía, bulevar y en la esquina de la gasolinera estaba la heladería
genial; que quien iba al colegio andando, que quien jugaba al hockey, tiraba la
jabalina o se escapaba de la iglesia por detrás…recuerdos de niños de cosas que
entonces eran nada y ahora están en la base de lo que hemos sido y aún
somos.
Al fin, muy cerca o pasadas las once
de la noche estamos en el hotel y enseguida, después de las mil pastillas,
aunque a alguno le costó, todos consiguieron cerrar el ojo y dormir.
A las nueve y mucho, desayunamos en
el comedor. No, no hay buffet en el desayuno y, aunque lo acepta con su
sempiterna sonrisa, Antonio se lo toma regular, menos mal que el pan es bueno,
el aceite también y el tomate se puede tomar…además varias mermeladas
mantequilla y el café está caliente cuando lo vas a tomar.
Antonio, justo a las diez, aunque con gran delicadeza, nos levanta de la
mesa y antes de darnos cuenta estamos los siete en dos coches: Eduardo y Luis
Fernando con José Luis y los otros cuatro dentro del enorme y sofisticado
automóvil que conduce nuestro anfitrión.
Hace un día precioso y no
llegamos a emplear veinte minutos, nos confundimos varias veces, en
recorrer los tres o cuatro kilómetros que separan el hotel de la Cartuja
de Santa María de Miraflores lugar donde se inicia la jornada de placer que
ha sido el segundo día de nuestro viaje a Burgos.
La Cartuja, ¡desde el principio, cuánta belleza!..
Ya la llegada impresiona, aparcamos junto a una tapia alta frente al
bosque, una iglesia gótica de piedra clara, la explanada y al fondo una puerta
que da acceso a la Cartuja que fue construida en el siglo XV.
¡Cuánto es y cuan justificado está
el orgullo que podemos sentir y sentimos tantos los españoles al
contemplar tantas y tan hermosas maravillas que construyeron nuestros abuelos!
A la entrada, por un amplio
pasillo que deja a la izquierda, separado por un muro de cristal, un gran
patio, nos acercamos a un punto de información, la entrada es gratuita, y venta
de pequeños recuerdos construidos por las dos docenas de monjes cartujos
que habitan este lugar y otros que vienen de cartujas tan alejadas de aquí como
Granada o Chartreaux.
Todo está muy limpio, bien
cuidado y respirando elegancia. En unos momentos circunvalamos el pasillo y,
después de pasar por un impecable cuarto de baño, atravesando el patio,
entramos en la gran iglesia gótica de la Cartuja de Miraflores
La entrada ya impresiona, nos
detenemos a leer el cartel de silencio, atravesamos la gran puerta y, enseguida
casi tropezamos con el túmulo que en preciosísima filigrana de alabastro es el
sepulcro del Rey Juan II de Castilla y su esposa Isabel de Portugal y, al fondo
cubriéndolo todo un más que increíble retablo construido en madera por
Gil de Siloe y policromado y dorado por Diego de la Cruz con oro
traído de las Españas de América.
Durante largo rato contemplamos los
sepulcros de los reyes y el del Infante Alfonso, también tallado en alabastro,
que está en la pared en el lado del evangelio, y el retablo que con su
belleza ata nuestras miradas y hace difícil dejar la iglesia y pasar al resto
de las estancias.
Y toda la Cartuja respira belleza:
la sacristía, la Capilla de San Bruno, luego los Altares menores, en Coro de
los Hermanos…tantas cosas…y tantas obras de Gil de Siloé, de Pedro
Berruguete y hasta Joaquín Sorolla…a más de otro precioso cuadro con la Virgen
de la Leche que tanta devoción tiene, con su pecho al aire, entre los
burgaleses de bien
Salimos de la Cartuja y, sin apenas darnos cuenta estamos aparcando en las
puertas del Monasterio de las Huelgas Reales y saliendo en fotografías que
hacemos en el patio que da acceso a la entrada del Monasterio.
Continúa en VIAJE A BURGOS EN OCTUBRE DE 2019 II
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