En un día de primavera, luminoso y algo frío, de esos en que
el que el viento se hace música en las hojas nuevas de los árboles, nos hemos
reunido 12 conmilitones para celebrar, en la terraza cubierta del Club
Mirasierra, la comida del segundo jueves de abril.
Y, por primera vez
desde que el custodio tiene memoria, cuesta trabajo pensarlo y aún más escribirlo, ni de lo acaecido durante la
comida, ni de lo hablado en la
sobremesa, hay algo relevante que deba ser guardado en el silencio; todo ha
sido normal y tan casi anodino, que, en algunos momentos, algunos de los
conmilitones parecían cerca de estar dormidos.
Ni el embutido de León, ¡gracias, Pedro!; ni el queso de Castilla,
¡muy bueno Gaspar!; ni el espumoso, ¡cuánto sabes Vicente!; ni el chocolate
suizo, ¡Gurri, Gurri, Gurri...!; han arrancado a los comilitones más allá del
principio de un elogio y media sonrisa.
Y, ¡qué barbaridad!, tampoco animó a los reunidos la, en
nada criticada, ausencia de los tres Antonios: el amigo del notario celebrando, ¿será verdad?,
lejos de aquí, su cumpleaños, ¡todas nuestras felicidades Antonio!; el de la
gran sonrisa, sin poder moverse, ¡cuánta tristeza!, encerrado entre enormes
camiones y restos, miles de kilogramos,
del tronco ahora muerto de lo que fue un
árbol precioso antes de que lo matase, hace dos años, la nevada Filomena; y el
de Burgos, como dicen por ahí, complotando para organizar en Marbella una
comida con César, Fernando y José Luis, para llorar, también con sus mujeres, sus
hoy obligadas permanencias lejos del resto de los conmilitones.
Y, por si no fuera bastante, ni el cálido verbo de Josemari,
loando el vino, el jamón y el queso; ni el sabio decir de Eduardo, ¡lo que
sabe!, sobre el cuidado de los niños, sus añosas y aguerridas madres; ni los añadidos
de Ramiro, ¡cuánto rigor!, consiguieron de nadie, ¡de nadie!, el más mínimo
atisbo de aplauso.
Pedro intentó animarse y animarnos, hablando sobre el real
de a ocho, la ceca de Potosí, el bocado del 20 %, las monedas perdidas, los
banqueros genoveses y esas cosas de las que tanto sabe; pero lo que consiguió
fue nada, él siguió mustio y los demás como si nuestro tesorero no hubiera
dicho una sola palabra.
Santiago, ¡siempre animoso!, tuvo frases de esperanza para el
sueño, ¡ya es de todos!, de ver grandes cruceros visitando las Molucas
indonesias…y, ¡ni por esas!, lo comensales lo escucharon como si no fuera
ingeniero y estuviera dando palos al agua.
Las Altas Esferas, Pedro el joven y algún otro, los del
sentido común, también lo intentaron… y
nada.
Así, ante tanto nada, el custodio pensaba aquí dejar cerrada
la crónica de esta comida, tan extraña, del primer jueves después de Pascua; pero,
¡ah!, aunque por importante el custodio casi lo olvidaba, hay que decir que Jorge, desde su encierro en
Alcalá, y Eduardo el que habla búlgaro, desde una esquina de la mesa, sin
pretenderlo, ¡ellos son humildes y buenos!, consiguieron la atención de todos,
hasta de los ausentes, al recordar, con caluroso afecto, las virtudes, ¡sobre todo la obediencia!, de
nuestro compañero, de ese que pronto será santo y que preside en Roma el Gran
Congreso General Extraordinario de La Obra.
Y, ahora sí, podemos dar por cerrada la crónica de la comida
del segundo jueves de abril de 2023, esta comida, tan única, en la que, aunque hemos disfrutado mucho, no ha pasado nada.
Nota: las fotografías, tanto las de la comida en el Club Mirasierra como las de las reuniones en la sala virtual de Fernando, estas se siguen celebrando todos los jueves, son, como siempre, de Gaspar.
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