El Club Mirasierra, los árboles con hojas de primavera,
bajo la luz de un sol escondido entre
nubes claras, hoy, segundo jueves de marzo, ha acogido, como todos los meses, a
los conmilitones de Areneros 1961.
Y, ¡es asombroso!, nada más llegar, para animar la mañana, sentados
en la terraza, una sorpresa: de pie, tranquilo, sereno, sin alharacas, Pedro,
el tesorero, para completar el aperitivo, de una gran bolsa, de esas caras del
supermercado, ha comenzado a sacar bolsas más pequeñas, tantas que no se
terminaban nunca, de plástico transparente, llenas de sellos a rebosar,
hasta que, al fin, casi en el fondo, ha encontrado, sacado y puesto sobre la mesa, dos enormes platos
llenos con rodajas de chorizo; luego ha
vuelto a meter las bolsas de sellos en la más grande y, con una sonrisa de
oreja a oreja, para dejarlo claro, ha anunciado:
“¡comed, comed, es chorizo, es el chorizo picante que me llega de León”!
Y, más tarde, cerca de las tres, ya en el comedor, hemos
visto, ¡cuánta fortuna!, luego de mucho tiempo, desde antes de la pandemia, a
dos compañeros, casi perdidos, que han destacado con su presencia: Fernando, que
al fin se ha dado permiso para salir de casa, y Antonio que ha venido desde
Burgos, para sentarse hoy alrededor de la mesa cuadrada, junto al resto, hoy
14, de los conmilitones.
Claro que, porque ha sido una comida feliz, la de este jueves no tiene historia, y solo es
posible incluir en esta crónica, de entre lo mucho que se ha hablado, algunos
retazos sencillos que es imposible olvidar.
Así, Josemari lució su buen perder atlético para loar, lo
hizo en francés, al Real Madrid por su increíble victoria ayer contra el PSG de
París; Antonio, que durante el viaje entre Burgos y Madrid ha buscado en su
memoria, ha hablado en voz muy baja, apenas susurrando, de algunas de las proezas
de Lorenzo Espiga, su amigo desde siempre; José Luis ha anunciado que, en su cuaderno
de estadísticas conmititoneras, ha inaugurado una nueva página: lo que cada uno
ha comido, y espera sea útil cuando algún olvidadizo tenga que explicarlo,
por aquello de las goteras, a sus médicos. Alguien, el custodio no recuerda
quién, comunicó a todos la muy espacial invitación que nos hace Jorge Dalda
para visitar, un grupo pequeño, no más de nueve, tan pronto estemos dispuestos,
Alcalá de Henares, admirar
su Universidad, almorzar en el refectorio y disfrutar el café y los licores,
varios italianos, en la sala de descanso de su
Santa Comunidad.
Bueno, haciendo un esfuerzo, el custodio recuerda también
que se habló de Livinio, que sigue mejorando. Y que, más tarde, Diego, sabio él, impartió doctrina sobre las
finanzas del mundo, el euro, el dólar y el rublo, la deuda, la bolsa, el
petróleo y la guerra…fueron tantas las cosas, todas malas, las que explicó,
que, para no generar mayores preocupaciones a los viejos asustadizos que somos
los conmilitones, es mejor no pensar y, aunque sea imposible, dar por no
escuchadas.
Bien es verdad que, a esas alturas de la comida, la sombra
de Santiago, venida desde Yakarta, sobrevoló la mesa: “tengo que confesar que, en mi angustiada desesperación, me he liado la manta a la cabeza y he empezado
a amenazar a estas buenas gentes con que, si no avanzamos más deprisa, sintiéndolo mucho, me veré obligado a traer a Indonesia a alguno de vosotros”.
Y que escuchado al indonesio, Gaspar, para quitar
hierro, luego de explicar, largo y tendido, los muchos rezos con que llena sus
insomnios, propuso una pregunta: ¿cuál es la diferencia entre una filarmónica y
una orquesta sinfónica?. Y, ¡cuánto disfrutó el Gaspi, al comprobar que nadie,
salvo Pedro el joven, la supo responder!.
Ah, también se habló de Luis Fernando, y de Javier, de Luis,
de Santiago, de Ricardo…de todos los compañeros que nos esperan en el cielo.
Para terminar esta ya demasiado larga crónica, solo
queda decir que las fotografías que la adornan, las de la comida en el Club
Mirasierra y las de la sala virtual de Fernando, son de Gaspar.
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