Pues este custodio lo ha pensado bien y, solo porque “la función debe
continuar”, pasados ya tres días escribe una crónica que, sin duda alguna,
habrá que olvidar.
En un día precioso, en la terraza, nos ha alegrado la llegada de Livinio,
que se ha hecho compañar en este viaje
por Juan Tomás, “el que ya no
conoce a nadie”; ha venido para recordarnos
que siempre, aunque por aquello
de las goteras no viene con mayor
frecuencia, con el corazón asiste a todas las comidas y participa en todas las
reuniones.
Y, más tarde, los dieciséis conmilitones que sentados en nuestra mesa, al lado del ventanal, hemos celebrado
la comida de mayo, una comida, triste y apagada, preludio doloroso de un nuevo
y triste vacio en nuestra mesa: Luis está en
el final…
Para matizar: ni el chorizo picante que Pedro ha traído de León, ni el que de Valladolid ha llegado
con Gaspar, ni el chocolate de Gurri, tan delicioso, han animado el triste
y soleado ambiente,
Ni la presencia de Fernando y de
José Luis (SFV) que luego de varios meses han vuelto a sentarse en la
mesa; ni la sorpresa de ver que Vicente está entero y no troceado por haberse
subido y caído, ¡que imprudente! a un
segundo o tercer piso; ni las buenas noticias que nos llegan de Lorenzo en la Maestranza de Sevilla y de
Santiago en Makassar; y, ni siquiera la
increíble invitación, tan generosa, de Javier para que los conmilitones
podamos ver, estar y participar en la doble boda que entre
junio y septiembre se va a celebrar en Requena y el Indostán, han sido motivos
suficientes para animar a los presentes más allá de contener las lágrimas y no
llorar.
Por ello, aunque la comida de este jueves ha sido especialmente familiar,
por lo triste que ha sido y las cosas, tan íntimas que en ella se han conocido,
con las fotografías de Gaspar, el Custodio
deja esta crónica sin más.
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