Si en la
comida de octubre apuntaba el otoño, en
la de noviembre hemos vivido la proximidad del invierno: sopa bien caliente,
alubias y cocido en el menú; chorizo del bueno que ha traído el marido de Inés de Villanueva, había tanto que casi no se
termina; un hermoso frasco con un líquido transparente, Santiago que lo ha
traído de Indonesia dice que es aguardiente de palma, y estaba bueno;
el mal tiempo, ese que produce tantas goteras, tiene castigados sin
salir a la calle a varios conmilitones y de los quince presentes algunos
estaban porque han escapado de sus casas, sin que se enterase nadie, por las ventanas…
Sí, quince
sentados alrededor de la mesa, Lorenzo dice que está en Galicia, Pedro sigue en
California, Fernando en Marbella, Antonio en Burgos, el otro Antonio, de las
orejas en Extremadura; Javier, sigue sin venir, en Zaragoza, y luego, igual de
ausentes, los que están cuidándose las goteras.
Acaso
porque los días felices no tienen historia, en la comida de hoy solo ha sido
relevante el cuidado discurso del más asertivo de los conmilitones y muy
probablemente de toda la promoción de 1961, en el que, en voz muy alta, casi a
gritos, tuvo a bien confiarnos que, por el estado de sus goteras ha dado un
paso importante en la organización de su tesorería: lo que haya tiene que durar
hasta 2024 y un poco más por si acaso…
También, y
sin que esto tenga importancia, durante un buen rato la conversación se ha centrado,
cosa muy rara, en el futbol y, dentro del tema, en el Real Madrid: que si Ronaldo, que si Lopetegui,
que si Ramos, que si la publicidad, que si el nuevo estadio, que si
Florentino…Luis Ester resulta que es, en la mesa, el único florentinista confeso
(Gaspar, aunque convencido, lo es inconfeso), y lo proclama…
¡Ah! Eduardo, aunque en
voz baja, también ha lanzado su proclama: el 13 de diciembre volverá a
sentarse en esta mesa y, a los postres, se pondrá en pie, pedirá silencio,
todos los conmilitones abrirán los oídos
y fijarán en él las miradas, pronunciará graves palabras y, sin duda alguna,
con la satisfacción de todos, será,
además de felicitado, muy, muy, muy aplaudido…
Y, antes
de olvidarlo, decir que este Custodio, porque el mes pasado omitió relatarlo y
sufrió por ello justificados reproches, para
refrescar su memoria, intentó, sin éxito,
que José Luis repitiera la
historia de cómo, al final de los años 80, viajando en un DC 9, entre Madrid y
Zaragoza, vio arder uno de los dos motores, escuchó luego una explosión en el
mismo o en el otro motor; vivió el silencio
absoluto en que se sumió todo el pasaje del avión y sufrió el descenso, eterno, del DC 9, planeando y planeando desde muy arriba en el
cielo hasta más abajo de las montañas
que quedaban en el horizonte cercano, en
línea recta delante del aparato…recordó José
Luis, el mes pasado, que su vecino de
asiento, en pleno trance arrancó una hoja de una libreta, escribió algo en el
papel, lo dobló y, con cuidado, se lo
colocó en el bolsillo superior de su
chaqueta…;y casi fue el final, cuando
estaban cerca de chocar, aún no sabe por
qué ni cómo, el avión remontó un poco y pasó, rozando, ¡que susto!, las montañas…Aterrizaron en Zaragoza, entre
coches de bomberos, ambulancias, y muchas luces, moviéndose en las pistas a
toda velocidad. Ya con el avión parado salieron las rampas y por ellas los
pasajeros, entre ellos José Luis y el colega con el que viajaba, bajaron del
avión…y, ¡qué tiempos aquellos!, nadie se les acercó, nadie les dijo nada y
ellos, poco a poco, caminando, salieron del aeropuerto…¡a trabajar! Dice José
Luis que, aunque tenía billete para volver en avión a Madrid, lo hizo en tren…
Para
cerrar la crónica de la comida del segundo martes del mes de noviembre de 2018,
decir que en la sobremesa se tomaron varias
decisiones que aquí no incluimos porque ninguna es
importante.
Las
fotografías que siguen, como siempre, son de Gaspar….
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