Pero no, no fue
tan placentera: entre los trece conmilitones hubo
asientos vacíos: para siempre los
que han ocupado tantas veces José Luis Sanz de Garnica y Jesús Granell Vicent; por
un tiempo, el de Ricardo y el de José
Enrique.
De ellos hablamos largo
y, recopilamos mil recuerdos y todos nuestros compañeros estuvieron muy presentes
en la comida que ha sido, sin duda, atípica
y muy especial.
Es verdad que los años
no perdonan, que la edad no ayuda, que los 72 años que, salvo el joven de 71, todos tenemos, son bastantes; vivimos en cuerpos
desgastados y de las almas hemos
dejado en el camino muchos jirones, pero, a pesar de saberlo, es muy áspero ver
que, en cada nuevo curso, para nuestra comida, necesitamos
menos asientos.
El gazpacho, los huevos con patatas, el chorizo, el queso, y hasta
los postres, bien. Para ahogar la pena, bebimos vino, tomamos café, terminamos los orujos y no sé si quedó alguna guinda del licor, tan bueno, que trajo Gaspar.
La sobremesa se alargó más
que otros días, nos costó mucho separarnos y, cuando ya anochecía, compartiendo
nuestro afecto y la casi certeza de volver a vernos en la próxima comida, conduciendo con cuidado,
volvimos a casa para ocuparnos de nuevo de
nuestros pequeños achaques y, sobre todo, de las alegrías y de los sustos que, de cuando
en cuando, nos regalan los hijos y los nietos.
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