miércoles, 23 de mayo de 2018

VIAJE A CÓRDOBA

Pues sí, el miércoles 16  de mayo, exactamente a las nueve y cincuenta y nueve minutos, luego de haber superado esperas, desencuentros y un largo paseo hasta poder subir al tren, los siete viajeros pudimos contarnos, estábamos todos, e inmediatamente, arrancó el tren.

El viaje, aunque bueno, irregular: salvo Luis Fernando y el Custodio que usaron los asientos, el resto lo hicieron de pie, en la cafetería,  hablando a gritos y tomando, además de otras cosas, mucho café.

A las doce menos cuarto, ya en Córdoba, en el andén atestado de turistas, mujeres y algún niño, un enorme griterío ¿qué pasa? ¿hay peligro?, no, era el Mazarrasa que armaba bronca porque, dijo, estaba harto, más que harto de esperar.

Subimos hasta el vestíbulo en fila india: primero, elegante y muy serio Luis Fernando, el anfitrión; luego el organizador, José Luis, tocado con un viejo panamá.




 Antonio, todo sonrisa, y sombrero de golf; Pedro, también con un panamá, pero nuevo; Josemari hablando y hablando; Gaspar cámara en ristre; José Luis, prudente y serio; al final, a veinte pasos, cansado ya, el Custodio también con un blanco panamá.








 
En la puerta de la estación, reunidos en cónclave, Luis Fernando preguntó: - ¿en taxi o mejor andando? Solo son diez minutos caminando.


Efectivamente, en diez minutos, arrastrando las maletas, en fila casi  india, en el  calor de Andalucía, estábamos disfrutando de “los patos”, esos preciosos jardines que hay entre la Avda. de los Mozárabes y la Avda. Cervantes. Cónclave otra vez, Luis Fernando explica el parque, las fuentes, las calles, las casas, la gente…Gaspar hace fotografías…el Custodio descansa…

Por la Ronda de los Tejares, - en el cruce con Gran Capitán José Luis tropieza con una bella dama que lo abraza aunque  él luego  nos dice que no le  recuerda de nada - ,  hasta la Calle Cruz Conde; nos paramos en la entrada, está animada, llena de gente. Luis Fernando explica que, aunque siguen los letreros, han quitado a la calle el nombre de su tío, también a la dedicada al Gran Capitán, en ambos casos parece que “porque eran fachas”.


Ha pasado media hora desde el mediodía, ¡eran diez minutos, debemos estar, aquicito no más!  piensa el Custodio mientras, el último de la fila casi india atraviesa la Plaza de los Carrillos y recorre la Calle Domingo Muñoz persiguiendo de lejos a Luis Fernando y a José Luis, sin perder de vista a Pedro, José Luis, Antonio y Josemari, menos mal que algunos llevan sombreros, y Gaspar, que hace fotos sin parar. Al fin parece que hemos llegado, estamos en la Calle Conde Torres Cabrera, subimos un poco y ya, ante nuestros ojos está, orgulloso, el Palacio Torres Cabrea, la casa de Luis Fernando. Pero no, no cruzamos la enorme puerta, - Luego vendremos, ahora al hotel, ¡está cerca!, nos dice Luis Fernando…

https://archivos.wikanda.es/cordobapedia/PalacioTorresCabrera01.jpg 


Calles estrechas, plazuelas, cuestas, ¡sol de Andalucía! Siempre en fila irregular mirando de ver los sombreros…la formación avanza hasta que José Luis, Josemari y el Custodio, acaso porque es cuesta abajo, doblando una esquina equivocada, se pierden.

Perderse en Córdoba; el olor de la ciudad, los monumentos, los naranjos y las mil flores, las mujeres hermosas…, si no fuera por las maletas, si no fuera porque hace calor, si no fuera porque somos viejos… Josemari pregunta a dos muchachas, una se llama Claudia y la otra Leonor, y ellas, tan inocentes, ¡el hotel está muy cerca!, casi nos acompañan.

El hotel Macià Alfaros, es una parada corta, dejar las maletas y salir rápido, estamos fuera de tiempo, ¡no llegamos en hora al palacio!

Otra vez en fila. Y ¡hay milagros!, en menos que canta el gallo, la Calle Torres Cabrera y en unos pasos más allá estamos de nuevo  en el palacio.





Y sí, conocer la casa de Luis justifica cuanto hemos pasado desde esta mañana temprano. La puerta grande, el patio de entrada, con los árboles, las flores y las vetustas cocheras.

Penetrar en el palacio, gozar los mosaicos romanos que no tienen precio, subir la gran escalera, visitar los salones, pararse en el salón de los espejos…estar en la terraza…detener la vista en tantas y tantas fotografías de otro tiempo…Y todo además con la compañía de Concha,  la hermana de Luis Fernando y de sus encantadoras amigas...







Más tarde, a la sombra, en el patio, un aperitivo bien servido, la conversación tranquila, el tiempo y el espacio detenidos, ¡qué descanso!














Sin embargo, la tranquilidad dura poco: Hay mucho que ver y el tiempo escaso. ¡Vamos, no llegamos! Salimos, caminamos entre el gentío  vamos a todas partes,  tenemos prisa y, de pronto, paramos. Mirando el texto del poeta, Luis Fernando loa a Córdoba recitando Góngora:

 

¡Oh excelso muro, oh torres coronadas
de honor, de majestad, de gallardía!
¡Oh gran río, gran rey de Andalucía,
de arenas nobles, ya que no doradas!

¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas,
que privilegia el cielo y dora el día!
¡Oh siempre gloriosa patria mía,
tanto por plumas cuanto por espadas!:

si entre aquellas ruinas y despojos
que enriquece Genil y Dauro baña
tu memoria no fue alimento mío,

nunca merezcan mis ausentes ojos
ver tu muro, tus torres y tu río,
tu llano y sierra, ioh patria, oh flor de España!








Sí, tenemos prisa. La fila, ¡que no se pierdan de vista los sombreros!, hasta los muros de la Mezquita, bajando… Un desarrapado sin nombre regala al Custodio un papel que dice: La Tierra del Califato:

“Córdoba en lágrima siente su hueco de un pasado robado, de un tiempo amado, necesario y presente; Córdoba querida, por protectora a muchas ciudades cultivaba son su conocimiento y caricias; Córdoba no querida por todos, conquistada por uno, el todopoderoso, Magnífico y Misericordioso…”

Luis Fernando sabe. Al lado de la Mezquita, en la Calle Romero, con la entrada bajo un balcón lleno de flores, El Churrasco. Y sí, es un muy buen restaurante.








En un patio, también con preciosas flores y antiguas cerámicas, probablemente del XVIII, reflejo cobre, de las que ya no se hacen, en una esquina la mesa, mantel muy blanco, servilletas grandes, platos amplios, copas transparentes y se puede fumar. Fino para empezar, luego Rioja y carne roja; el maître se esmera, Luis Fernando aquí no es el Califa, es Don Luis, el Gran Señor.

La sobremesa termina ¿iremos al hotel?, pues no, a pleno sol, ¡menos mal que algunos tenemos sombreros!, en fila india, bajamos hasta la Puerta del Puente, caminamos los muchos metros, más de trescientos, pisando el puente romano que cruza del Guadalquivir, deteniéndonos en su centro para admirar el Triunfo de San Rafael, hasta la Torre de la Calahorra… admiramos la vegetación que crece en el cauce del río, las viejas norias que recuerdan otros tiempos y, sin pausa, ¡hay que aprovechar el tiempo!, desandamos inquietos el augusto puente ¡qué no habrá visto en sus dos mil años! y, llegamos a los Jardines del Alcázar donde Gaspar y el Custodio esperaron sentados en un banco, a la sombra, a que el resto corrieran varios kilómetros de calles visitando patios, viendo flores y respirando la belleza de Córdoba.


Más tarde, a eso de las siete y media de la tarde, otra vez junto al Alcázar, se celebró un nuevo y breve cónclave; los de los patios, cansados, pero aún hambrientos de hermosura, tomaron de nuevo el camino de la Judería para recorrer, en fila, las angostas calles, detenerse en las plazuelas, leer en las fachadas, soñar pasados y sentir el latir de la juventud perdida en sus viejos corazones. Josemari, Gaspar y el Custodio, marcharon al hotel en un taxi con motor que, al fin llegó cuando estaban a punto de tomar un coche de caballos.






A las nueve y media de la noche otro cónclave, ahora en la puerta de la Mezquita y con Lorenzo que, llegado esta mañana de Miami, no quiere perderse el acontecimiento que es visitar por la noche la Mezquita de Córdoba y la ausencia de Josemari, ocupado hasta la hora de la cena en otros asuntos relevantes (creemos que el partido que ganó el Atletico de Madrid).

Sobre la visita a la Mezquita, con la Catedral incluida ¿qué decir?, aunque la hayas visto muchas veces, es tan hermosa que lo mejor es guardar silencio y decir nada.

En la noche de Córdoba, por las calles silenciosas, sobrecogidos por la belleza, cuesta arriba, paseando, llegamos al patio que acoge Los Berengueles.



Jamón, pescaditos, algo verde, otras cosas, no recuerdo qué, buen vino y salmorejo; creo que nunca, todos estamos de acuerdo, hemos tomado uno como el que hoy hemos degustado en este muy buen restaurante cordobés.

Volver al hotel por las calles desiertas, en el calor de la noche, olvidada la fila india, agarrados de los brazos, como cuando éramos casi niños, tapando la calle, detenernos en la puerta de una Iglesia, admirar una admirable cruz hecha en piedra, contemplar  velas  quemando  rezadas esperanzas.





Como anécdota, decir que en la oscuridad de la noche, bajo una farola, Josemari, con su  voz más poderosa, parodiando a Espronceda,  como si los versos fueran suyos, declamó:

Oigo, patria, tu aflicción,
y no entiendo por qué callas,
viendo a traidores canallas
despedazar la nación.

Dando a un ingrato felón
estúpidas concesiones,
están haciendo jirones
esta tierra milenaria,
de gente, ayer solidaria,
y hoy podrida de ambiciones.

Lloras, porque te engañaron
los que lealtad prometieron,
los mismos que te aplaudieron,
y la Ley corroboraron.

Alevosos, traicioneros,
bellacos y desleales,
la convivencia entre iguales
rompen con su felonía,
y han de acabar la porfía,
en inmundos cenagales.

Buscando solo engañar,
distorsionaron la historia
para turbar la memoria
de las gentes del lugar.

Anhelantes por medrar,
con su estúpida insolencia,
rompieron la convivencia
entre familias y amigos;
requiere firme castigo
su ruin malevolencia.

Un tipo poco honorable
quiso imponer sus ideas
con maneras maniqueas,
fraudulentas, miserables,
arteras y despreciables.

Medio milenio hermanados
no lo separa un tarado
dirigente provinciano,
por mucho discurso vano
que largue desde su estrado.

¡Basta! Gritó el pueblo fiel
por toda la piel de toro.

¡Basta! Clamaron a coro
los españoles de bien.

¡Basta! Poned pie en pared
a tanta provocación
y cortad la humillación
de estos cuatro hijos de perra,
¡No se trocea esta tierra,
somos una gran nación!



Por fin, en la madrugada, también en fila, uno por uno, entramos en el hotel y, antes de darnos cuenta, todos, hasta los más insomnes, luego de un día inolvidable, caímos en el gran olvido que es dormir.

Al amanecer, más o menos a la hora en que ayer tomamos el tren en Madrid, poco a poco, cada uno, al levantar la cabeza del plato del desayuno o al ir por segunda o tercera vez a la máquina del café,-cómo han cambiado las cosas, para mal, en los hoteles -, fuimos descubriendo que no estábamos solos; aquí y allá, al tresbolillo, estábamos todos; pero fue lo mismo, cada cual siguió comiendo, la experiencia es un grado y  está muy claro que  Luis Fernando no piensa dejarnos parados, quiere hacer de nosotros superhéroes del imperio, iguales o mejores que los que ha descubierto en el libro de Cervera que, con justicia, recomienda.

Y se produjo el milagro: a las diez y media todos, hasta el último, habíamos pagado la cuenta del hotel y, arrastrando las maletas, salimos por la puerta.

Con los sombreros calados, José Luis en cabeza, justo detrás Antonio con el Google Maps en la mano, detrás los demás: Pedro muy cerca, después José Luis, más lejos Gaspar, el Custodio ya descolgado y Josemari casi a la par. Y, para que conste, los aullidos que soltaban las maletas al saltar las ruedas por el camino eran entre muy fuertes e infernales, tanto que los pocos viandantes que encontramos, al llegar  la fila, se tapaban los oídos y se escondían en los portales  para dejarnos pasar.

Callejas y más callejas, pasamos dos veces más por la casa donde nació Manolete, hubo cónclave en una plazuela, preciosa con balcones llenos de flores, para descansar, descubrimos dónde estaba el restaurante donde cenamos ayer y, muy cerca, otra vez la Calle Torres Cabrera y a tres pasos, ante nosotros en la entrada de su casa, Luis Fernando que sereno, tranquilo, con su sonrisa más elegante, nos esperaba.


Dejar las maletas y salir de nuevo a la calle fue un instante: había que ir a tomar jeringos.

En fila como siempre, muy cerca de su casa Luis Fernando nos condujo a un oscuro pasadizo, era la entrada oculta de un lujoso mercado; dos, tres pasillos y, de repente la calle, frente a nosotros en el bulevar de Gran Capitán, una terraza, dos mesas, ocho sillas y, con café con leche, los jeringos; pero ¿qué son los jeringos?, pues eso, jeringos, algo así como un cruce entre porras y buñuelos.







Pero lo de los jeringos era un señuelo, antes de darnos cuenta otra vez de camino, ahora hasta un resto de muralla junto a la antigua puerta de Córdoba, la primera  que San Fernando abrió cuando ganó Córdoba a los sarracenos.

Y aquí Luis Fernando, con su especial señorío, explicó: el 29 de junio de 1236, el Rey Fernando III entró por este mismo lugar en Córdoba…y ese fue el final de los musulmanes en nuestra ciudad,  todos ellos salieron de aquí y, hasta ahora, no han regresado.

Y, para terminar su explicación, añadió: dando un paseo vamos a ver algunas de las catorce iglesias, las fernandinas, que el Rey Santo mandó alzar en Córdoba…

Y a caminar. Calles antiguas, casas bajas, naranjos, plazas, iglesias, entramos en varias (y rezamos por los enfermos), jardines de pronto y silencio…es increíble el silencio y la paz que reina en este lugar que está a pocos minutos andando de la amplia y moderna ciudad. 

El sol calienta y oscurece las cabezas de los que no usan sombrero.










Más tarde patios y más patios, flores todas…cansancio por supuesto, menos mal que, de cuando en cuando, bajo la sombra hay  un buen banco…

Parece increíble cuantas calles, cuántas cuestas, cuántos patios hay en Córdoba, cuántos son sus naranjos  y cuánto resisten caminando los huéspedes de Luis Fernando…

La comida en Ermita de la Candelaria, un restaurante nuevo, tranquilo y bien presentado, ya conocido por sus platos y sus vinos, que promete un buen futuro. Lorenzo que, descansado de ayer, se ha reincorporado para estar con todos en el almuerzo contribuye con su saber añadiendo platos y más platos a los exquisitos ya elegidos, junto al vino, de antemano por Luis Fernando.


Una hora y media tranquila para tomar fuerzas y seguir andando. Quedan noventa minutos hasta la salida del AVE, una hora para llegar al palacio y la última media para ir, caminando hasta el tren que, a las seis de la tarde de  este 17 de mayo de 2018, nos llevará a Madrid.

El Custodio  no recuerda nada de este tiempo porque cuando despertó de su cansancio estaba dentro de un taxi, en la entrada de la estación de Córdoba…con el tiempo justo para subir al tren. Sin embargo sabe, con espanto,  lo ha dicho Antonio, que hoy, sin hablar de ayer, hemos hecho, andando o corriendo 8.300 metros que son, exactamente, 14.338 pasos.

El viaje de regreso no tiene historia, todos los viajeros ocuparon sus asientos y, estoy seguro, como Custodio, que durmieron soñando el gran viaje que nos ha regalado nuestro compañero, ese gran señor cordobés que es Don Luis Suarez de Lezo y Cruz Conde.




Nota: Las fotografías de esta entrada son de Gaspar y el texto del Custodio del blog