domingo, 12 de abril de 2015

LA COMIDA DEL 9 DE ABRIL ESTUVO EN EL FILO DEL DESASTRE



Mira que hemos tenido comidas, tantas que solo José Luis, porque todo lo anota, sabe.

Mes tras mes, año tras año, el segundo jueves de cada mes, todos los meses, incluido agosto, hemos comido, unos u otros, siempre juntos y siempre, fuera cual fuera el menú, la comida ha sido un éxito.

Pues bien, la comida de este mes, el 9 de abril de 2015, escribo la fecha para no olvidarla, estuvo al filo del desastre.

Nada anunciaba el peligro: el sol de primavera alegraba la mañana, los mil  verdes de los árboles  cantaban vida  y el arribo de cada conmilitón encendía  los rostros con sonrisas que  añadían placer a los reencuentros.

En el comedor, solo una mesa ocupada, la nuestra en su sitio. Todo bien dispuesto: las  diecisiete sillas,  el mantel limpio,  los platos y las copas, los cubiertos justos  y un diligente camarero  chapaco  que no fue lento  en completar la comanda.

Todo perfecto, tan perfecto que, en mi felicidad,  un presentimiento me llenó de miedo. Tanto que, mientras agradecía a Luis y a Santi  sus  trabajos, concienzudos  y constantes para renovar, con sus correos, nuestra obsoleta  educación,  recorrí  con la mirada, de derecha a izquierda, a los conmilitones,  observando  con atención, para  confirmar   que mi intuición era  solo  o algo más, que una ilusión. Y nada, me dije: menos mal, no pasa nada, ¡estás viejo, molón! 

Pero no, no me había engañado la intuición: la voz fuerte, ahora un poco llorica,  de quien al finalizar la comida suele pedir dinero, se alzó: ¡el martes me operan, es para salvarme el ojo!

Fue la señal: ¡a mí  la semana pasada me quitaron un trombón!; ¡pues yo me repongo de un ictus!;¡yo vivo con medio pulmón!;  ¡la semana próxima me radian la próstata!; ¡no te quejes, que yo hace un año que perdí la mía!;  ¡yo ya soy septuagenario, he cumplido setenta años!; el 19 tengo una nueva presentación…

Diecisiete comensales, muchos, no sé cuantos, han perdido el pudor y nos han mostrado sus vergüenzas, me espanto, ¡qué locura!.

Torquemada, no  puede hacer un verso, mira la puerta con ansia y se dice: ¡me van a contagiar, ¡sin remedio tengo que escapar! ; Antonio saca a relucir el no éxito del negocio de las cabras; Gaspar dice no,  con la cabeza gacha; José Luis aporta la  nueva y mala noticia; el pánico se extiende sobre el mantel  y la oscuridad llena el comedor…

Solo falta que alguien explique  lo que ayer le hizo la nuera  o llore el castigo al que fue sometido esta misma mañana por sus nietos…¡qué horror!

Pero, por fortuna, el sentido común de Gurri evitó el desastre, con un gesto hizo moverse a Javier que atendiendo el ruego,  con fuerza  golpeó por dos veces   copa  y cuchillo;  se hizo el silencio y el hombre del pelo blanquinegro, repartiendo a todos un muy buen chocolate, habló: ¡chicos, chicos, escuchadme!, ¡tengo la solución!, cuando alguien se ponga malo, que no lo dude, y aplique, sin decirlo a nadie,  la técnica del cucharón.

No sé si fue el chocolate, la bondad de la receta u otra razón, pero, en el acto,  los comensales obviaron  que tenían  corazón,  arterias  y pulmón,  próstata, hígado y riñón; piernas, manos y  orejas; hasta se olvidaron   eso del azúcar y del otro  dolor.

Sin transición,   la conversación  volvió a los tiempos  del colegio, a  las filas, el patio, los lugares  y hasta a la congregación.


Pues  sí,  la comida del 9 de abril estuvo en el filo del  desastre pero, al final se salvó.

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