En un día entre gris y luminoso, en el comedor grande del
Club Mirasierra, nos hemos reunido 14 conmilitones de Areneros 61, para
celebrar la comida del segundo jueves de cada mes.
Y, hay que decirlo, aunque todo lo acecido en este día ha
estado tan dentro de lo normal que cualquiera de los conmilitones, sin haber
asistido a la comida ni faltar a la verdad, podría redactar esta crónica, hay matices
relevantes que, sin duda alguna, han convertido la comida de hoy, en algo muy
especial.
Eduardo, recuperado de las goteras, delgado
como en la vida, ha recuperado su lugar en la mesa; César ha encontrado un
hueco entre sus viajes para estar; Fernando, no lo ha podido remediar, luego de
meses escondido entre allá y acullá, se ha sentado en la cabecera de la mesa y
reclamado, hasta conseguirlo, la atención de todos, sí, de todos, los
conmilitones, para relatar y presumir de sus idas y venidas por las cuestas de
San Francisco en un coche Google, de esos en que personas menos valientes lo
pasan morado porque van sin conductor; Gurri, porque ha estado haciendo
peonadas, ha vuelto de Suiza muy cansado
y, a ratos, ha dormitado plácidamente para recuperar fuerzas y repartir luego
buen chocolate.
Pedro, el tesorero, no ha callado, ha hablado tanto y de
tantas cosas que casi, por un pelo, no ha cobrado; Gaspar, quizá porque hoy
estaba un poco sordo, ha aprovechado el tiempo para hacer muchas y muy buenas
fotografías; Ramiro ha presumido del poder de sus hijas y Antonio, olvidado el
manto en casa, le ha recomendado, por si acaso,
los servicios de su notario; el otro Antonio, sonriendo siempre y luciendo sin marcas su cabeza inmaculada,
ha ratificado la supremacía del Golf de Sotogrande y confirmado, con Santiago, de
este hablaremos luego, el poder de la tecnología; alguien, el custodio no
recuerda quien, acaso nadie, recordó la invitación que nos hará Jorge para
comer en un refectorio de la Compañía; Josemari, menos locuaz de lo que suele, paseó
con éxito sus palabras sobre los méritos
de las grandes bodegas de España.
Pedro, el joven, escuchó de José Luis las bondades de leer a
Ayn Rand en La rebelión de Atlas, y después de discutir con éste los
nuevos avances sobre la teoría de Wegener, ambos compartieron, con Gaspar, acalorado, y el resto de los
conmilitones, conocimientos y
experiencias sobre el estúpido error que ha sido el comprar por alguien, trenes
inservibles para el FEVE. Y, con tristeza, todos estuvimos de acuerdo en que lo
peor de este hecho es que se añade a varios otros que ponen de manifiesto el deterioro de las
instituciones que estamos viviendo en España.
En este punto, sin embargo, Santiago nos dio una lección de
valor y esperanza: explicó, con rigor y pasión, su nuevo proyecto, ya avanzado,
de instalar en todos los puertos y muchas playas, rompeolas energéticos de alta
eficiencia e indudable rentabilidad. Su intervención hizo el milagro de limpiar
del ambiente del chasco de los trenes, las leyes fallidas y la deriva hacia el abismo de las
instituciones, devolviendo con ello a los conmilitones la esperanza, nunca del
todo perdida, de un futuro mejor.
Y ya, para terminar esta muy larga crónica, decir que hubo
más, puede que incluso mucho más de lo que recuerda este custodio, sin embargo,
todo ello, lo fútil y lo valioso, debe
quedar en el olvido.
Nota: las fotografías, como siempre, son de Gaspar.